Para facilitar su análisis y comprensión, los historiadores occidentales suelen dividir su disciplina en Edades: Antigua, Media, Moderna y Contemporánea. Esta catalogación no es casual, cada Edad se caracteriza de una forma consistente por la forma en la que el ser humano se relaciona consigo mismo y con su entorno. Así, podemos ver que la moral y la ética, la política, la sociología o la economía de cada una de estas Edades contiene rasgos que la diferencian de las demás.
Obviamente, aunque solemos considerar un hecho concreto para definir el momento en que cada una de las Edades comienza y termina: el comienzo de la escritura, la toma de Constantinopla, el
descubrimiento de América o la Revolución Francesa, lo cierto es que el tránsito de una Edad a otra se produce a lo largo de un largo periodo de tiempo. Podemos decir que de más de un siglo. Y
no de manera uniforme en todas las sociedades afectadas, ya que unas van más deprisa y otras más despacio.
A comienzos del siglo XX las vanguardias artísticas empezaron a hablar de Postmodernidad. Desde ese círculo el término empezó a extenderse a otros ámbitos del saber y, sin que exista un consenso general, tal parece que poco a poco empieza a abrirse paso la idea de que en el momento presente nos encontramos en el punto de inflexión entre dos Edades: la así llamada contemporánea, que dejaría de serlo, al menos nominalmente; y otra que, por el momento, llamaremos Postmodernidad. La guerra, o sus contrapartidas: la paz y la seguridad, como cualquier otro fenómeno humano, no son una excepción. El modelo de seguridad imperante en cada una de las Edades ha sido distinto. Hasta el último tercio del siglo pasado, a la hora de entender la seguridad, los analistas se centraban en el Estado-Nación. Hoy vemos como se abre paso otra idea que, tal y como viene a recoger la Agenda 2030 de las Naciones Unidas y los Objetivos de Desarrollo
Sostenible, pone el foco en lo que ha venido en llamarse Seguridad Humana.
LA POSTMODERNIDAD Y SUS RIESGOS
Además, cualquier modelo de seguridad se basa en el análisis de riesgos; de manera que, si se está produciendo un cambio como el reseñado, es de esperar que el concepto de riesgo evolucione en
paralelo. Así parece demostrarlo el hecho de que las grandes batallas de este comienzo del siglo XXI, pese a la enorme visibilidad de lo que acontece en Ucrania, se vienen librando desde hace tiempo en dos campos mucho más discretos: el mundo ciber y, discutiblemente, en el cognitivo. La sociedad actual dispone de un grado de interconexión impensable hace sólo tres décadas. Esta circunstancia nos hace más eficientes como sociedad, pero también más vulnerables.
En el ámbito ciber porque crea un mundo virtual, con claro impacto sobre el mundo real, en el que es relativamente sencillo actuar sin que sea posible reconocer quién está detrás de un comportamiento delictivo o inmoral. En el ámbito cognitivo porque la ciencia, apoyada por la tecnología, permite manipular las emociones de forma masiva para alcanzar objetivos de orden político.
Y hablando de Política con mayúsculas, cualquier conflicto, cuando se reduce a su mínima expresión, es una lucha de voluntades. Dichas voluntades se sustentan en un armazón de valores. Por esta razón las sociedades democráticas liberales nos hemos dotado de herramientas que garantizan la resolución más o menos pacífica de los conflictos. Estas herramientas encuentran su base en un conjunto reconocible de derechos humanos.
Si la sociedad, en realidad todas las sociedades del planeta como consecuencia de la globalización, transitan hacia un nuevo modelo de relación entre el ser humano y su entorno, creemos que es necesario dedicar un momento a reflexionar sobre lo que está sucediendo y cómo puede afectar al modelo de convivencia que nos hemos dado hasta el día de hoy. Este es el objeto de estas Jornadas.